Con cada generación nueva que llega al planeta, llegan también una serie de sueños de progreso y movilidad social que, unos años después, se caen bajo el peso de una de las pocas y aparentes reglas de la humanidad: ninguna generación es la de oro. No sé ustedes, pero yo me acuerdo de esas utopías de liberación cada que veo a mi raza noventera edecaneando en TV Azteca.
Por ese motivo, y sólo por ése, no me incluyo en el grupo que piensa que darle espacio a jóvenes en TV para que hablen de temas de actualidad es, en principio, algo retorcido. Vamos: si la generación ya sacó el cobre, cualquier oportunidad que nos permita mostrar una cara de progreso es buena.
Y es que, para los utópicos, el inicio de Sin Filtro era prometedor: un programa así en el horario en que los hombres politiqueros ven la tele tendría el potencial de inyectarles un par de miligramos del enfoque juvenil que perdieron hace ya años, y así promover la representación de un sector olvidado.
Pronto llovieron las críticas y yo escribí una carta salida de mi ronco pecho, pero era temprano para juzgar. A unos meses de distancia del lanzamiento, y a unos días de que regrese el programa a la TV, aquí debrayo sobre por qué no contribuiré más al rating de Sin Filtro.
Dejando los ad hominem frecuentes vs sus participantes, sigue sin quedarme claro cuál es el objetivo de Sin Filtro, o a quién quieren decirle qué. Con tácticas oratorias sacadas del debate presidencial y giros lingüîsticos rebuscadísimos para decir cosas bien simples, por un lado, y opiniones dignas de ganarse un “a usted le hace falta vivir antes de andar hablando de política” del tío cuarentón, por el otro… No me queda claro si el target son esos hombres politiqueros que ven ese tipo de TV a las 11 de la noche, o chavos de prepa que están tratando de decidir qué estudiar en la universidad.
No me queda claro por qué se les invita a dar su opinión personal sobre las cosas. Al principio, parecía ser el fantasma del 132 el que les daba un status como líderes de opinión, pero, después de los deslindes, no me queda claro por qué cualquier persona debe escuchar esas opiniones en vez de escuchar las del vecino. No son visibles los esfuerzos de investigación, de buscar cosas frescas que decir, de conocer los mundos de los que hablan, necesarios para sustituir las trayectorias que los líderes de opinión tienen para ganarse un espacio en la atención del público.
Pero el motivo más fuerte por el cual no veré más de Sin Filtro es, en realidad, que nada aporta a la TV sobre temas relevantes a la juventud. Y es que es algo muy simple: cuando un investigador social que estudia a la juventud puede dar más perspectiva juvenil que un noventero, las cosas no pueden ser gratas. Al principio yo creía que era una mezcla de pánico escénico, de circunstancias de debate; pero las opiniones expresadas en la emisión sobre el 1 de diciembre y el papel de la protesta juvenil me dejaron claro que los participantes de Sin Filtro tendrán buenas calificaciones en la universidad en que estudian, pero muy poco conocen acerca de las perspectivas de la masa que nació en el mismo año que ellos.
Pero el que yo decida ocupar mi noche de domingo de una manera distinta no significa que piense que Sin Filtro está listo para la basura. Como en mi primer bufe, sigo pensando que Sin Filtro puede mejorar con esfuerzos pequeños, y con otros un poco más demandantes.
El primer esfuerzo, que me sorprende no haya sido hecho desde el principio, es dejar de pensar que el interrumpirse y caer en críticas personales le da un aire juvenil al programa, o que los hace asertivos. Sólo los hace quedar mal, chavos.
El segundo esfuerzo, de verdad, es dejarle lo académico a los académicos, dejar de autogolearse ante los ojos de quienes tienen opiniones bien formadas y largas trayectorias, y enfocarse en lo que sí pueden hacer mejor que ellos. Esto implica una reflexión radical sobre la misión de Sin Filtro que mejor le corresponde a sus autores hacer que a mí, pero repito mi sugerencia: que se enfoquen en usar todos los conocimientos e inteligencia que ya tienen para dar oportunidades a los que nunca llegarán a Televisa, como ellos, de hacer que su voz sea escuchada.
Hay muchas juventudes en México, y, gracias a los esfuerzos de los jóvenes activos, es posible encontrar agrupaciones y entrar en contacto con ellos para llevar a la comodidad del sillón del señor politiquero una variedad de puntos de vista que hoy no tiene por ser viejo, por ser parte del sistema, por no ser mujer, por no ser nini, por no ser indígena, por no ser activista. Las habilidades de los participantes de Sin Filtro podrían ser mejor invertidas en la generación de ese contenido que en los bufes personales.
Y es que el dinero o fama que estén recibiendo hoy por Sin Filtro no es algo que se quede en la posteridad, pero la imagen que se están haciendo sí los perseguirá en futuros trabajos y oportunidades. Entonces, ¿Qué les dejará más? ¿Un programa que en 2025 les hará preguntarse qué diablos pensaban diciendo todas esas cosas, o uno que les recuerde las perspectivas que, a esa edad, difícilmente podrán tener de otra manera?
Y es que yo sí sigo soñando con una generación de oro que, en vez de salir a presumir sus logros, salga a innovar las reflexiones, a expandir la discusión a temas nunca antes tocados, a incluir a los que a nadie antes se le ocurrió incluir. A agregar valor, no sólo opiniones, a los medios.
#Rantover. La próxima vez, mejor platicamos de las maneras geniales que encontré para ocupar mis noches de domingo.