En la última semana antes de las elecciones presidenciales en nuestro México Lindo y Querido, muchos adultos jóvenes con los que convivo han salido del clóset electoral. Es decir: después de una temporada de callarse las inclinaciones, la desesperación de estar a nada de tener un copete (dejen lo Alberto Vo5… lo Dollfuss!) en la silla presidencial está haciendo que muchos publiquen sus preferencias partidarias.
Aclaro que no me refiero sólo a los adultos jóvenes verborreicos que claramente iban a bufar en una columna (un abrazo a todos ustedes, amigos prolíficos; hacen que mi TL valga la pena). Me refiero también a los jóvenes que, sin haber siquiera sido de los que van a las asambleas de su colegio, hoy distribuyen mensajes en plazas en espíritu #yosoy132; me refiero a los jóvenes que hoy escriben, leen, responden cartas de Facebook donde sus amigos confiesan sus inclinaciones.
En estos mensajes, muchos jóvenes justifican su voto. El voto útil, el voto razonado, el voto nulo. ¿Pero qué visión de la democracia está debajo de todos estos mensajes? En mi opinión, el dinosaurio (sin alusiones a EPN) del peso simbólico del voto.
Aquí confieso: para mí, eso del peso simbólico del voto eran patrañas, nada más que producto de la culpa acarreada cuando el contrato social en México empezó a irse al caño por todas partes. “No sirve que vaya a votar, pero no quiero que Rousseau me jale los pies de noche”, pues. Y es que, visto pragmáticamente, ¿de verdad hay valor inherente en una visita a la casilla electoral?
Ahí está el meollo. De matices están hechas las visiones de la democracia que tiene cada ciudadano, pero muchos de los defensores serios del voto nulo parecen compartir ese escepticismo. Si todos los ciudadanos fueran electores competentes y cumplieran con su obligación, ¿las cosas realmente serían diferentes? ¿De verdad se solucionarían los problemas de México?
En mi opinión, no, así que no seré quién para darles esa palmadita en la espalda el domingo si van a la casilla. Pero sí soy quién para hablarles del valor emocional del voto. Y no se preocupen: apelaré a algo mucho más cercano que Rousseau (300 años de Rousseau, gente).
Les presento a mi amiguísima Yasmin, de Egipto. Yasmin es una de las personas más inteligentes, más llenas de energía y más llenas de poder para el cambio social que conozco sobre la faz de la tierra. La conocí tiempo antes de la primavera árabe, así que pasó bastante tiempo en Egipto luchando por ideales antes de que Mubarak tuviera muertes clínicas (ejem), y así. El tema de las elecciones no surgía; había trabajo por hacer en Egipto, con o sin elecciones. No podía votar en la elección de chocolate de 2005, pero las cosas cambiaron en 2011. Y yo no sabía que cambiarían para mí también.
En Facebook, Yasmin subió fotos del referéndum constitucional del 19 de marzo de 2011. No era una elección, pero sí era la primera vez que ella, su familia, sus amigos, podían emitir una opinión sobre la manera en que serían gobernados. En las fotos publicadas por medios ese día, había filas de miles de personas que esperaban su turno para emitir su opinión, la mayoría por primera vez.
Yo entré en un shock cultural. Yasmin, con fotos de personas felices presumiendo un dedo entintado, ciudadanos (sí) de todas las edades disfrutando por primera vez un signo de la democracia, abrazándose por la emoción que compartían, mientras que mis compañeros usan su IFE para chupar y para abrir la puerta cuando olvidan las llaves, me hicieron sentir un nudo en la garganta.
Así describió el día Yasmin: “I went with mum, dad, sisters, grandma, merat 3ammi, my sister’s friends along with millions of Egyptians 🙂 it took 1.5 hours and it is absolutely worth every second of it”. Así que ese día, el 19 de marzo de 2011, me prometí que, el 2 de julio de 2012, votaría en la elección. Si no es por asuntos pragmáticos, que sea para aprovechar un mecanismo por el que muchos están muriendo en el otro lado del mundo.
Estamos a dos días de las elecciones, y yo no puedo votar. No puedo cumplir la promesa que hice en honor a Yasmin. Tomé la oportunidad de hacer un programa en el extranjero, y perder mi derecho a votar en mi primera elección presidencial. Sí; después de más de un año de leer sobre los candidatos y sus partidos, de seguir los debates, de formar una opinión sobre todos los candidatos que yo podía elegir en esta ocasión.
Así que no, amigos. No les voy a salir con el slacktivismo electoral de “voten para cambiar a México”. Sólo les digo que hoy me siento en deuda con Yasmin, con todos los que han dado sus vidas o inclusive muerto por el derecho a votar, y con toda la gente que en el futuro lidiará con la manera en que nosotros hacemos y deshacemos la democracia en el mundo. Los copetes se caen y muestran cabezas calvas después de unos años, pero el derecho a elegir un gobierno es una lucha que va para largo.