A 5 años de mi ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras, sigo sin saber qué es la filosofía. Nunca tuve que acabar Ser y tiempo, y no les manejo bien el tema de cronología de la filosofía alemana. Pero sí hay un asunto de que le debo a la phil school: la capacidad de distinguir entre tipos de juicios… habilidad que muchos dan por sentado en un mundo que, más bien, se rige por difuminaciones conceptuales.
Más allá de las manifestaciones del Trastorno Obsesivo-Compulsivo en la academia, o de las chaquetas intelectuales, distinguir entre tipos de juicios ayuda a poner las cosas en perspectiva. Esto es especialmente útil después de eventos como el de Margarita Arellanes, alcaldesa de Monterrey (y, en redes sociales, #SorMargarita).
La “entrega de Monterrey a Jesucristo” (lo que quieeeera que esto signifique) que hizo Arellanes el domingo pasado suscitó reacciones de distintas naturalezas: están quienes reprueban el acto con base en su ilegalidad, o quienes reducen todo a una cuestión de ridiculez.
Como pequeño ejercicio, clasifiquemos juicios acerca de este suceso según su tipo:
Juicio moral: “Me parece moralmente incorrecto que Arellanes use espacios y recursos públicos para un tema que es de interés personal, no común”.
Juicio legal: “Me parece que el acto fue ilegal, pues atentó contra la laicidad del Estado”.
Juicio estético: “Me parece indecoroso que una alcaldesa actúe como la hija de un evangelista y un miembro del Tea Party on drugs en un evento público”.
Juicio teológico: “Me parece que ‘ceder la autoridad’ a Dios es un acto de antropomorfización que no está sustentado en la tradición cristiana”.
Si al final todo esto sirve para decir “pues no estuvo chido lo que hizo Arellanes”, ¿Cuál es el punto de distinguir? Justo ahí va la perspectiva que mencioné al principio.
Cuando el argumento en contra de lo que hizo es una cuestión de estética (“ñora indecorosa”), no pasa de un poco de risas, pena ajena, y ya. Ridiculez y punto; no hay más que decir o hacer. La señora puede mantener su puesto. Pero, cuando el argumento raya en la legalidad de un acto, hablamos de algo que sí entorpece la labor de un representante de un pueblo, y que debería llevar a una penalización.
Decir que lo que hizo Arellanes no es una cuestión de risa y diversión trae responsabilidad para quien tira la piedra. Hay que justificar por qué lo que hizo Arellanes es ilegal, y no sólo apelar a la idea de laicidad que, hoy en día, sepa #Dior qué signifique (y lo digo como atea). O sea: hay que explicar cómo decir que uno “cede el poder a Dios” puede, emm, oficializarse… O cuáles son los parámetros para decir que usó fondos públicos para promover una religión. Tal vez sí fue un acto ilegal, pero eso no es algo que a mí me quede claro.
¿Y si no es ilegal, podemos reprobarlo? Pues ahí les toca a todos decidir hasta dónde quieren meter su cuchara.
Mientras rinda cuentas que muestren que su gestión representa eficientemente a la gente de Monterrey, por mí que Margarita Arellanes rinda homenaje al Flying Spaghetti Monster. Que actúe por inspiración de la Divina Providencia. Y es que, finalmente, el juicio que me interesa emitir acerca de ella es uno legal; uno político. Su decoro, en pleno siglo XXI, es algo que a mí me tiene sin cuidado.
Allá ustedes y las batallas que decidan pelear.