(En enero de 2011, y gracias al concurso Jóvenes periodistas del CICR, tuve la fortuna de visitar la misión del CICR en Filipinas para reportar sobre la situación de los jóvenes. Este post es parte de una serie que escribí sobre esta visita. Da click aquí para ver el resto de los posts.)
Estar inmersa en un ambiente que está tan profundamente caracterizado por el conflicto armado fue, de diferentes maneras, el catalizador que necesitaba, creo, para incluir la guerra en mis ejercicios de pensamiento. No sé qué tan popular es este tema para los que no tienen a un familiar en una misión militar, que no estudian el conflicto académicamente, o que no han perdido una parte de sus vidas a una guerra.
La primera vez que visité el Reino Unido, a los 17 años, me sorprendió aprender que hay gente que todavía habla acerca de la Segunda Guerra Mundial. Habiendo vivido siempre en la Ciudad de México, no imaginé que todavía existen personas que tienen memorias de sus compañeros de refugio, ni que muchos asocian, por ejemplo, cierta comida con los tiempos de guerra. Pero, habiendo cargado este conocimiento conmigo durante unos años, fue sólo cuando estuve inmersa en un ambiente humanitario/zona de conflicto que empecé a pensar ciertas cosas.
La primera cosa fue, por supuesto, que la ignorancia acerca de la guerra en general es más común de lo que pensaba. Y, si tuviera que escoger un tema especialmente ignorado por mí y por los que conozco, son sin duda el derecho internacional humanitario internacional y el relacionado Jus ad bellum (la rama del derecho que regula la posibilidad de los Estados de participar en una guerra; el IHI regula las acciones que pueden ser llevadas a cabo en una guerra con el propósito de reducir el sufrimiento de aquéllos que se encuentran involucrados).
No creo que se pueda culpar a la gente por no leer cada párrafo de las convenciones de Ginebra (a menos de que sean juristas, supongo), pero creo que muchas de las personas que conozco ignoran que de hecho hay reglas especiales para los conflictos armados. Gente que piensa que cualquier cosa es válida en la guerra, o que cualquier acción llevada a cabo en un conflicto puede ser inmediatamente categorizada como “mala” no sólo en nuestra moral maniqueísta, sino en cualquier sistema legal.
Y aunque esto me pareció claro cuando empecé a preparar mi visita a Filipinas, lo recordé cada vez que, en Ginebra, conocimos a especialistas que nos dieron consejo para nuestros reportajes. Desde expertos en DHI hasta portavoces de algunas de las organizaciones más famosas de la ONU, el primer consejo siempre fue que nos mantuviéramos vigilantes de nuestro uso de términos legales.
La preocupación más grande que todos tenían era que medios e individuos en todos lados usan términos como “crímenes de guerra”, “refugiado”, “genocidio” con mucha ligereza, y que lo único que esto logra es la degradación de los términos. Si cualquier cosa constituye un crimen de guerra, ¿entonces qué podemos hacer para prevenir el uso de fuerza desproporcionada en los conflictos contemporáneos?
Otra cosa de la que me di cuenta nuevamente es que es demasiado fácil caer en la concepción “chicos buenos – chicos malos” al tratar de entender un conflicto, y eso es perjudicial para cualquier esfuerzo de este tipo. Cuando trataba de entender por qué algunas acciones son como son, hacía preguntas que implicaban que las cosas eran simples, en blanco y negro. Agradezco que los que contestaron mis preguntas dejaron sus posturas personales a un lado para explicar por qué las cosas eran más complicadas de lo que yo pensaba.
Y lo más importante que aprendí con cada visita, cada entrevista, es que hay una gran brecha entre la manera en que percibimos a los beneficiarios y la manera en que ellos se perciben a sí mismos. Y ése es un tópico para otro post.
Créditos de imágenes: National Library of Scotland; http://www.flickr.com/photos/nlscotland/3012796098/
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