(En enero de 2011, y gracias al concurso Jóvenes periodistas del CICR, tuve la fortuna de visitar la misión del CICR en Filipinas para reportar sobre la situación de los jóvenes. Este post es parte de una serie que escribí sobre esta visita. Da click aquí para ver el resto de los posts.)
La manera en que percibimos a los beneficiarios es, por lo general, un gran tema de debate en las esferas relacionadas no sólo con el conflicto armado, sino con la filantropía y el desarrollo social en general. Expertos en relaciones públicas necesitan sentarse y pensar en las personas que buscan ayudar a través de sus organizaciones, y a darle forma a la percepción en que sus contribuyentes las perciben. Creo, sin embargo, que éste es un debate que debe llegar a todo individuo en la Tierra.
Los jóvenes beneficiarios que conocí en Filipinas no son los que ve uno en las campañas de recaudación de fondos que utilizan el famoso poverty porn. Son gente joven como cualquier otro, con aspiraciones, gustos, conectados a una cultura. En primer lugar, son hijas, o estudiantes, o bailarines de hip hop, o ciudadanos de su país; también se encuentran en parte definidos por el conflicto en el cual están inmersos, pero no tanto como creemos que lo están.
La aspiración más grande de esta chica encantadora, a sus trece años de vida, es poder ayudar a sus padres cuando sea adulta. Quiere apoyarlos para que nunca necesiten abandonar su hogar nuevamente. Pero eso no le impide amar, y de verdad amar, cualquier momento en el que tiene la oportunidad de cantar.
Este chico es un bailarín talentoso. Lo que cuenta con mayor emoción es la experiencia que tuvo cuando entró a esta competencia de danza con sus amigos, en la cual se llevaron un premio. También le importa su apariencia, y pensó que un par de tenis de colores debía estar en su guardarropa.
Este chico, como pueden ver, está sujetando un teléfono celular – como todos los adolescentes en su comunidad. Mucha gente que conozco pensarían que eso es algo bastante estúpido; finalmente, todos tienen cosas más importantes por las cuales preocuparse, como sobrevivir.
Lo que esta gente no ve en su concepción “la cultura popular no es para ellos” de la vida es que los teléfonos celulares no son un lujo superfluo y poco merecido, sino un aspecto bastante importante en sus vidas. Los teléfonos celulares les dan a los adolescentes de Mindanao responsabilidades que los separan de niños más jóvenes; les permiten expandir su ambiente físico, pues sus padres tienen la posibilidad de contactarlos inclusive cuando no están en casa; les permiten mantenerse en contacto con gente que ya no pueden ver por el conflicto.
Los teléfonos celulares también son importantes para los adultos. Una de las beneficiarias que conocimos puede mantenerse en contacto con su esposo, que se encuentra en prisión, ahora que tienen acceso a un teléfono; el servicio de correo no era confiable, y tardaba mucho.
La gente necesita alimento, abrigo y seguridad. Creo que todos estamos de acuerdo en que, sin ellos, no se puede progresar mucho. Asimismo, la gente en parte se define por las experiencias y el ambiente en que vive; vivir en un conflicto armado tiene consecuencias. Pero pensar que eso es todo lo que las personas necesitan, o que sólo se debe tomar en cuenta el conflicto al considerar las necesidades de estos seres humanos, puede llevar a proyectos que no acarrean soluciones a las comunidades que hoy son más vulnerables. Nos puede llevar a ver la dignidad humana, los derechos humanos, en la misma manera simplista que la humanidad ha tratado de retar a lo largo de la historia.
La próxima vez que presten dinero a un emprendedor en África, o donen a una organización que ayude a víctimas de conflicto, o se conviertan en trabajadores humanitarios, piensen de estas personas como iguales, y no sólo como beneficiarios. Creo que se abrirá un mundo de posibilidades.
Créditos de imágenes: © ICRC/García Montes, Mariel
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